Lia Schenck
Pasa que a veces las fechas no pasan. Siguen fechándose solas, no dan vuelta la hoja, no salen del almanaque, se queda como señales fijas de un acontecimiento y no hay prisa mediática que las voltee, no hay agenda política que las pueda poner debajo de la alfombra, no hay tsunami ni volcán en erupción que las dé por perdidas. El 20 de mayo de 2011, año del bicentenario, es una fecha así en Uruguay, estemos o no estemos a favor de la ley de Caducidad. Muchos y muchas seguimos creyendo que tiene que llegar la fecha en que a la ley se le acaben los días de impunidad.
La ley de caducidad está viva.
Bajó las escaleras del Palacio Legislativo
y extendió su protoplasma de victoria
su ácido contorno de impunidad
su carcaza de plomo.
Su corazón de bala latió
hoy más que nunca
como si hubiera nacido de nuevo.
Como si celebrara otra vez haber nacido
de las entrañas de votos de conciencia,
tan personales que ni siquiera un niño entiende
ese tipo de conciencia adulta.
Un niño no entiende
cómo es que algunos asesinos van a la cárcel
y otros se ríen como hienas
en la puerta de la impunidad.
Esa puerta de hierro forjado
con jurídicos goznes.
¿Cómo puede entender un niño que un delincuente
como el Ricky vaya preso
y alguien que mató o mandó a matar
más y más adentro
y mucho más profundo
y con mucha más muerte
y más colmillos
y más balas y más ensañada tortura
esté ahora festejando que la ley de caducidad no caduca?
Qué no tiene fecha de vencimiento.
Que es inmortal como un esperpento mutante
a fuerza de hacer pactos con dioses de uniforme.
Una ley como un centro de mesa
de una patria que alguna vez tuvo forma de corazón
forma de flor de ceibo roja
forma de nido plural y tibio.
¿Cómo puede un niño entender un voto de conciencia
de un sabremos cumplir
tan poco plural
tan poco rojo
tan subalterno de planes cóndores y vuelos de la muerte?
La ley de caducidad está viva.
Hay quienes le dan pasto para que siga viva.
Le dan agua por las noches para hidratar sus tripas.
Le cantan canciones para que sepa
que la quieren como a la niña de sus ojos.
Le curan los zarpazos de artículos interpretativos
que no le hicieron mella.
La alimentan y la cuidan
para que siga vivita y coleando en las portadas de los diarios
y en las escaleras del Palacio Legislativo.
Cómo explicarle a un niño que hay votos de conciencia
que no son para votar el pan para todas las bocas
o libros para todas las escuelas
sino para ocultar centenares de muertes
en los subsuelos donde la ley repta como una serpiente victoriosa.
Una boa constrictor del sistema
que deja impune a los matadores
los ocultadores
los fieles custodios de una puerta de hierro forjado
con jurídicos goznes.
Qué lástima
qué dolor
que desilusión más atroz
esta de no poder explicarle a un niño
por qué los matadores en serie
los torturadores
los custodios de la boa constrictor están libres,
si hasta un niño sabe que los asesinos tienen que estar presos.
Todo sería más fácil de explicar,
la justicia sería más fácil de explicar
no solo a un niño sino también a un grande
si la ley esta noche hubiera expirado
en el Palacio Legislativo
con votos de otro tipo de conciencia.
Si hubiera por fin dejado de estar viva y coleando.
como una maldecida boa constrictor.
Si hubiera terminado sus días y sus noches
de uniformada y condecorada impunidad
atragantada con sus propias babas.
Si no le hubieran faltado votos
para que por fin se diera cuenta
que no es inmortal.
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