Diputada
Hay que responder con excelencia en la formación de aquellos a los que queremos beneficiar con mejores condiciones sociales y laborales.Y esos no son otros que los jóvenes de ambos sexos, y las mujeres de todas las edades, porque esos son los grupos discriminados todavía en el país, en materia laboral. Hay que ofrecer, dar herramientas, instrumentos, con un claro contenido de excelencia, que les permita acceder al mundo del trabajo que hasta ahora los margina”. Esta frase, que puede ser parte de una plataforma, ha sido una gran apuesta para cubrir un vacío en las políticas sociales: la puesta en marcha de programas de trabajo protegido.
Cuando se puso en marcha el Plan de Emergencia Social, dirigido a las familias que vivían en condiciones de extrema vulnerabilidad económica y social, uno de los componentes fue Trabajo por Uruguay. El objetivo del mismo era contribuir a la ruptura de las barreras de exclusión social mediante una intervención centrada en el trabajo. Un trabajo muy especial: hombres y mujeres, integrantes del Panes y desocupados fueron seleccionados a través de sorteos, para realizar tareas de alto impacto comunitario y apoyadas por una organización social que habría de realizar el acompañamiento.
Participaban cuatro actores: el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) que es el responsable y supervisor; los organismos públicos que presentan memorias de trabajos para la comunidad; las organizaciones sociales que acompañan procesos de aprendizaje y reinserción social y el actor principal: la persona que acepta participar en el programa.
Siempre se trabajaba en grupo: son brigadas de 20-25 personas. Además de las horas de trabajo -reparar los bancos de escuela, hacer veredas en los hospitales, pintar las rejas de un liceo, pintar los juegos de una plaza, hacer una huerta- tienen horas de alfabetización, capacitación, entrevistas con asistentes sociales, psicólogas, equipos médicos.
En esos espacios “nada de lo humano quedó afuera”: se “resolvía” y se “hablaba” de muchas cosas, fundamentales para la vida de toda persona: acompañar a tratamientos médicos, obtener documentación, recibir atención por temas de violencia doméstica, pedir apoyo por situaciones que desbordan y que mayoritariamente recaen en las mujeres. La mejor manera de potenciar los canales de inclusión social es generar una práctica que habilite el acceso a servicios públicos y comunitarios que atiendan esta compleja realidad. Y fundamentalmente crear hábitos de convivencia y de trabajo, difíciles de incorporar cuando la actividad desarrollada por miles de estas personas durante años es individual e informal o en su recinto familiar.
El programa Trabajo por Uruguay nos deja muchas enseñanzas: un buen gobierno debe saber interpretar a toda la sociedad, sin perder la brújula, incentivando los compromisos sociales y comunitarios, apoyando e incrementando la participación social, abriendo nuevos espacios educativos, culturales, profesionales, donde la gente se siente recompensada en su esfuerzo, y no estoy hablando solo de una cuestión monetaria.
Como hemos podido apreciar en este programa, focalizar es una buena cosa, porque parte de reconocer un hecho. Los excluidos de los servicios básicos son las personas más pobres o socialmente más vulnerables. Es decir, poseen menos “libertades” para estudiar o para encontrar trabajo como medios para tener una vida digna.
Por ello debemos seguir focalizando para universalizar derechos. Estoy convencida que estas intervenciones sociales han beneficiado a las mujeres, que son las que más se acercaron a las instituciones no solo a demandar sino a construirse un nuevo lugar en la sociedad, las que más enriquecieron con sus aportes un programa social que ahora existe con otras características pero con el mismo espíritu: me refiero a Uruguay Trabaja, que este año abre cupos para 3.000 personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario