domingo, 22 de mayo de 2011

El lugar de las cosas ocultas

 Domingo 22 de mayo de 2011

¿Puede un personaje público –blanco, varón, profesional universitario, de buena posición socioeconómica- sentirse tan omnipotente como para comportarse como un déspota en el mundo íntimo de su vida privada, completamente desafectivizado y con una inmaculada crueldad ejercida sistemáticamente con “premeditación y alevosía”? O lo que es más terrible: ¿puede seguir sintiéndose así y actuando de la misma manera aún cuando haya sido atrapado en una oportunidad, recuperando su “prestigio” y su “buen nombre” en una sociedad que le devuelve su misma creencia de que “acá no ha pasado nada grave”?
KARINA THOVE

La novela que plantea Verónica Lecomte inquieta y atrapa desde su primera línea hasta el final. Escrita en un estilo muy simple y directo, con un gran ahorro de palabras en algunas ocasiones en que nos transporta a momentos emocionalmente devastadores, también podríamos decir que incomoda por su temática tan presente y tan oculta en nuestra sociedad.
Ese telón de fondo, reservado a la intimidad del hogar, donde todos los días se cometen tantos delitos que serían escandalosos e impresentables con un poco de luz pública asomando a sus ventanas, es el escenario privilegiado por esta narración que, no obstante, no descuida exhibirnos su contracara de virtudes públicas, tan contrastante con esa oscuridad interior, a todas luces negada cuando se evidencian signos que, de todas formas, nunca se quieren ver. 
 
Su personaje central, Pérez, con un nombre tan común y corriente no tiene nada de ordinario: es elegante, bien vestido,cuidadoso en todos sus detalles hasta la obsesión –como la repetitiva escena de sacarse los zapatos antes de entrar al estudio de su casa- meticuloso, ordenado hasta el punto de tener etiquetados todos los alimentos que se encuentran en su cocina o la distribución de los libros de su biblioteca. Pérez es un señor “todobajocontrol” y lo ejerce en toda su extensión de objetos y personas, entre otras razones, porque es incapaz de controlar sus propios y verdaderos deseos sexuales que nunca ha sabido vivirlos sin la mediación
del abuso, la violencia o el  sometimiento de quien se siente superior.

Los personajes femeninos
En la vida de Pérez ha habido dos esposas y un hijo, todos marcados por la tragedia de su soberana presencia misógina y fóbica.
Su actual esposa, Margarita, lucha por salir de esa relación que la enferma, la agobia, la atrapa y la deja sin salidas ante la atenta mirada con lupa de un esposo manipulador, cruel y autoritario, que no duda en ejercer la violencia física si es necesario para someterla.

Si hay esposa no puede faltar la amante, casi como una obligación autoimpuesta en los códigos del personaje
central quien, además, lejos de ser inteligente o “una chica lista” se nos presenta con todos los clichés que resultan ideales para este tipo de hombres.
El grado de dependencia y sometimiento que se muestra en esta relación enoja, perturba, molesta, a nadie puede dejar indiferente.

También está la madre que, por lo que se cuenta de su historia personal, es la que más se ha rebelado al control de su hijo –y antes de su maridopero ahora es vieja y por tanto puede ser más fácil despojarla de todo y encerrarla en una institución para “ancianos” o para “locos”, con la mirada comprensiva de buena parte de nosotros ya que “es lo que todo buen hijo haría por el bien de su madre”.
Catalina, la empleada doméstica abnegada, que admira a ese señor tan ordenado, tan limpio, tan pulcro, al que le debe favores personales, muestra el grado de ceguera al que se puede llegar en la asimetría del ejercicio del poder, para nada neutral en las consideraciones de género y de clase.
Venerar a un ser humano nunca es buena idea y mucho menos si es un ser tan perverso, con tan pocos reparos morales para someter al otro en su extorsionada visión de la condición humana, cosificada, despectiva, malévola, donde nunca hay espacio para la compasión y mucho menos para redimirse.
Verónica Lecomte

“El lugar de las cosas ocultas” es la primera novela de la uruguaya de 46 años Verónica Gutiérrez Lecomte (su padre fue quien le aconsejó que como escritora usara su segundo apellido). Escribana de profesión, madre de tres hijos -dos de ellos adolescentes- comenzó a incursionar hace poco en la creación literaria, aunque ha confesado que su sueño es “ser letrista de murga”. Haciendo el taller literario de Roy Berocay, a quien la autora agradece entre otras personas en la primera página del libro, así como al proyecto Esquinas de la Cultura de la Intendencia de Montevideo, al cabo de un año estuvo lista esta novela que Alfaguara publicó hace pocos meses. Fue asistente de cátedra en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República durante ocho años y ha intervenido en publicaciones de Derecho Internacional Privado. Actualmente estudia psicología. Además colabora con la Ovidio Titers Band, compañía de títeres para adultos.





 

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