domingo, 28 de agosto de 2011

Las mantas traperas

“Mantas traperas. Tradición textil en manos de mujeres”, el libro editado por Doble Clic y recientemente presentado en sociedad, es producto de la investigación realizada por cuatro mujeres, profesionales y urbanas, interesadas en rescatar una expresión creativa en riesgo de desaparición. El proyecto fue financiado por el Ministerio de Educación y Cultura, a través de Fondos Concursables, premios económicos a emprendimientos de interés nacional.
 
CRISTINA CANOURA
En los países sajones de Europa y América del Norte se las llama “quilts”, en Australia “jaggas”, en España “almazuelas” y en Uruguay “mantas traperas”.

Son piezas de abrigo, pesadas y coloridas, confeccionadas principalmente por mujeres del medio rural, cuya característica principal es la superposición o yuxtaposición de retazos de tela en sucesivas capas; unas ofician de relleno y otra de forro o cobertura.

Sus autoras tradicionales han sido cocineras de estancias, esposas de capataces de establecimientos ganaderos o amas de casa, que heredaron los valores de los inmig rantes europeos afincados en el Río de la Plata, el apego al trabajo ma nual, el máximo aprovechamiento de la ropa y la comida, el reciclaje y la reutilización de los bienes materiales.
 
Hoy, en una época en que la industria textil china invade los mercados sudamericanos con productos de muy bajo costo y desplaza la manufactura nacional, esta artesanía se ha perdido casi totalmente.
 
Por eso, un grupo de cuatro mujeres profesionales y urbanas se ha propuesto investigar, rastrear las raíces de las mantas traperas, localizar las que existen, revalorizar el producto y el trabajo de sus creadoras, y rescatar una tradición en vías de extinción.
 
Integrado por la profesora de historia Hersilia Fonseca, la arqueóloga Paula Larghero, la ingeniera agrónoma Cecilia Jones y la gestora cult ural Virginia D’Alto, este grupo no tiene nombre propio, pero se las conoce como “Las traperas”. Cada una de ellas aporta una mirada peculiara la búsqueda emprendida.
 
 Ellas mismas se conocieron hace más de tres años, cuando mujeres provenientes de diferentes ámbitos comenzaron a reunirse convocadas apenas por un motivo: el gusto por coser. Con el tiempo, y por diversos motivos, el grupo original se dispersó y quedaron solamente ellas cuatro. La s mantas traperas que ellas confeccionan tienen el estilo de los quilts norteamericanos. Junto con otras que fueron rescatando, a partir de la difusión “boca a boca”, montaron en 2009 una exposición en la sede de la Alianza Francesa del Uruguay, en el marco del “Día del Patrimonio’”, que se celebra cada año en el mes de setiembre. El pasado y el presente quedaron plasmados en esa ocasión.
 
La simple exhibición de las mantas traperas, como parte de las “Tradiciones rurales” patrimoniales, detonó la identificación y localización de muchos ejemplares en el interior del país. A partir de ese momento, las cuatro investigadoras comenzaron a recorrer el territorio nacional en busca de sus creadoras.
 
Su proyecto fue presentado en 2010 en Costa Rica, en un encuentro de la Red Textilia Iberoamericana. Según confirmó Virginia D’Alto, “todos los países de la región registran este tipo de mantas”.
 
Para las autoras, “será un modo de perpetuar una costumbre que se está perdiendo, que no se está renovando, como muchos otros oficios tradicionales”.
 
Retorno a los orígenes
Las investigadoras destinan los fines de semana a recorrer el país en busca de testimonios.

Como en la película “Donde reside el amor”, con la actriz Wynona Ryder, las mujeres que siguen fabricando mantas traperas, son veteranas, ya bordeando los 6 0 a ños y más. Se ex trañan de que alguien que viene de la capital pueda encontrar valiosa su rústica artesanía. Las más jóvenes, no se identifican con la tradición y muestran sorpresa por el interés foráneo. 

Las técnicas que ellas utilizan varían, tanto para el relleno como para lo que se utiliza de forro. Muchas llevan en su interior prendas en desuso, cosidas sobre telas y superpuestas en capas. También las hay rellenas de vellón de oveja o tela arpillera, a la que se le cosen retazos. Con eso, su peso es considerable.
 
El forro o cobertura siempre se hace a partir de la reutilización de prendas, restos o recortes de otras costuras. A veces, se desarman las prendas; otras, se ponen tal cual están. Muchas recortan cuadrados o rectángulos, para luego coserlos en tiras que, unidas entre sí, darán lugar a la cobertura. En ocasiones, se combina el tejido y la costura. El diseño y la estética no suelen ser tenidos en cuenta. El fin utilitario es lo que predomina.
 
Cecilia Jones, conserva dos mantas traperas que hizo su abuela paterna que hoy forman par te del acervo

En época de la dictadura militar (1973-1984) una presa política recibió una trapera hecha por su madre, como manera indirecta de cobijarla y protegerla. Cuando fue liberada, la dejó a sus compañeras. En la actualidad se está tratando de ubicar esa manta para sumarla a la colección.
 
“Hace décadas fue una tradición generalizada, el abrigo característico de las familias, especialmente en el medio rural. Yo recuerdo taparme con una y ¡cómo pesaba! Es una cosa muy doméstica, no hay orgullo artístico o artesan al. Cuando llegamos a la casa de alguna familia que conserva traperas, la primera reacción es de sorpresa. No se explican que a alguien le pueda interesar ese producto, sobre todo porque las mantas industriales que se consiguen en la actualidad en los comercios son mucho más lindas, más livianas y lavables. Les da pudor mostrar sus mantas. Traspasada la barrera se animan a traer otras”, evoca Jones.
 
“Nos ha resultado fascinante generar una empatía con otras mujeres que se entusiasman porque otras revalorizan un trabajo que para ellas es imperceptible”, sostiene Fonseca.

Nuevo impulso
Hoy, las Ligas Femeninas de la Iglesia Valdense reciben ropa que la gente dona. La que está en buen estado la lavan y la ponen a la venta a precios muy baratos y la que no, la destinan a las mantas traperas para nuevamente venderlas a precios muy bajos para la propia gente o para donarlas en casos de desastres
naturales a familias que han perdido todo. Se trata, esencialmente, de un trabajo social.

En la serrana localidad de Aiguá, a unos 200 kilómetros de Montevideo, en un local muy pobre, se juntan las mujeres vinculadas a la Iglesia Católica para coser traperas, luego de haber hecho un relevamiento de las familias más necesitadas. Se dividen las tareas, unas lavan, otras planchan. Se llevan trabajo a la casa y a la semana siguiente lo traen terminado para poder armarlas.
 
La exposición montada en 2009, en Montevideo, ha recorrido diferentes puntos del país y se ha transformado en un llamador de nuevas historias.
 
En la población costera de Cabo Polonio, sobre el océano Atlántico, “las mujeres cosen con sedalina de los pescadores o con las piolas que cerraban las bolsas de maíz. Cuando dejaron de conseguir arpilleras de sisal, pasaron a usar telas plásticas o plastilleras”, cuenta Larghero.
 
En una segunda etapa, el proyecto de “Las traperas” se propone promover una tarea de extensión y trabajar con mujeres jóvenes, en pueblos chicos.
 
“La gente joven no ha recibido esa tradición, porque sus mayores no se encargaron de valorar el producto. Sin embargo, ya han comenzado a acercarse”, destaca Jones.
 
“Nuestra idea es hacer un trabajo a lo largo del año, llevar máquina de coser, telas para impulsar esta actividad, aprovechando los grupos existentes de mujeres rurales y los centros del Ministerio de Educación y Cultura que existen en todo el país”, concluye Fonseca.
 
En Uruguay, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) residen en el medio rural 235.732 mujeres de 50 a 79 años. Hurgar en el pasado y en la historia cotidiana de muchas de ellas, a través del abrigo casero, será para “Las traperas” una manera de revertir el dicho de que “lo que no se recuerda, no
existió ”.


(Este a rtículo se enmarca en el proyecto América Latina en perspectiva de género II, que se realiza con el apoyo del C3, la unidad regional de análisis de la comunicación para América Latina de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung (FES) de Colombia, en asociación con el área de género de la FES Género
y la Asociación Civil Artemisa Comunicación en Argentina).

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